¡Bienvenida Frida!

Por Arturo García

Su nombre evoca fuerza, estoicismo; su arte es como la transición que sufre la oruga al convertirse en mariposa. Sus pinturas son ese exoesqueleto que queda como tegumento y prueba de una vida tormentosa marcada por la soledad, el desamor y el sufrimiento físico. Sabemos mucho sobre Frida porque siempre mantuvo las ventanas de su vida abiertas, como si ya supiera de la influencia póstuma y no le importó que viéramos su vulnerabilidad, por el contrario, la pintó, dejando en su legado una hermosa elegía en lienzos como vestigio de su andar por la tierra.

El arte de Frida evoca un sufrimiento silencioso, casi mudo. Se siente así porque su esencia ha sido capaz de trascender la percepción del ser y entrar a otro plano, capaz de tocar a quien se asoma. Sus auto retratos son radiografías del alma trazados con una majestuosidad pocas veces vista ya que pintó la fragilidad humana en el lienzo universal de la existencia para obsequiar al mundo su mayor legado: la percepción de su espíritu a través del arte.

Como artista latino en un país adoptivo, me llena de emoción y orgullo tener como invitada de honor en mi ciudad a una mujer cuya fuerza penetró y sigue penetrando el universo con un arte único y auténtico, un arte cuya energía continúa haciendo vibrar con fuerza insuperable y una magia que hechiza.