Cien años de Soledad y una cuarentena no anunciada

Por Arturo Garcia

Durante la cuarentena por la pandemia del COVID-19, algunos optamos por sacar de los anaqueles empolvados el libro aquél que siempre quisimos leer y no pudimos por no tener el tiempo para hacerlo, o el mamotreto de literatura universal que comenzamos con ímpetu y no pasamos de la página 50 porque llegó la pereza, o interfirieron las ocupaciones del diario vivir como el trabajo, la familia y otras diversiones menos tediosas que leer un libro de 500 páginas. Leer es recreativo, pero también es un compromiso con uno mismo. Me refiero a que abrir un libro es fácil, leerlo y terminarlo puede convertirse en un reto.

Algo parecido me sucedió varias veces, pero cayó la cuarentena por la pandemia del Coronavirus y me quedé sin excusas. Tal fue el caso con Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez. Las casi quinientas páginas se fueron rápido en una semana de lectura entre episodios de Netflix y lecturas oscuras de los noticieros.

El título del libro lo escuché cientos de veces más nunca comentarios sólidos del contenido del libro. Incluso, llegué a leer referencias y eso sí, muchas frases célebres. Pero el libro hay que leerlo, no es de los que se pueden transmitir de boca a oídos. Quizá por la ambigüedad, por la magia, se torna casi imposible narrar a voz. Es uno de esos libros que posee un espíritu grande y cuya voz es de esas que tocan las cuerdas más sensibles del espíritu humano con tal sutileza que es casi imposible de transmitirse verbalmente porque simplemente es material literario escrito para leerse y no para contarse. Me intriga mucho qué es lo que harán los directores de cine que contrató Netflix en la ya anunciada serie que se transmitirá por streaming.

El libro es un libro poblado de imágenes y de personajes únicos. Es un libro sensual, extraordinario, mágico; es un libro que me recordó en partes al Pedro Páramo de Rulfo por esa narrativa que toma lugar en el limbo, en la antesala del purgatorio. Hay imágenes únicas que quedarán plasmadas para siempre en mi espíritu como aquella de Mauricio Babilonia rodeado de mariposas amarillas o la de José Arcadio Buendía pudriéndose debajo de un árbol; o la de Pilar Ternera dándose a los hombres. En fin, el libro es de esos cuya narrativa no dice, sino muestra. El don de convertir las palabras en imágenes es reservado para ciertos maestros de la narrativa. Es un don que, si se desarrolla bien, se convierte en magia.

Como la cuarentena comienza a disiparse, es prudente dar las gracias a Gabo hasta el cielo por haberla hecho menos pesada con sus historias.


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